jueves, 28 de febrero de 2008

Cambio climático en el Río De la Plata



Durante las últimas décadas se ha registrado un aumento significativo en el caudal del río Paraná debido a un aumento en las precipitaciones sobre la cuenca. Con el caudal, también aumentó la cantidad de sedimentos que trae el río y que se deposita en el Río de la Plata, aumentando también la velocidad a la que avanza el Delta del Paraná. A la tasa actual de crecimiento, el delta llegaría a la ciudad de Buenos Aires durante este siglo. Nos quedaríamos sin río, y de este modo se vería muy comprometido el abastecimiento de agua potable y reducida la capacidad del sistema para autodepurarse.
Pero no es seguro que el Delta del Paraná siga creciendo por mucho tiempo. Durante miles de años el nivel del mar ha estado subiendo en forma muy lenta debido al igualmente lento derretimiento de hielo polar y a la expansión térmica de los océanos. Como consecuencia de esto, en el siglo XX el nivel de Río de la Plata subió 17 cm. Todo indica que con el cambio climático el nivel del mar seguirá subiendo y que es muy probable que lo haga a un ritmo bastante mayor, pudiendo llegar a niveles cercanos al metro en este siglo. Este ritmo de aumento del nivel del mar es hasta el presente inferior al de acumulación de sedimentos y restos vegetales en el delta, pero esto podría llegar a revertirse y quedar permanentemente bajo el agua la vegetación de las islas, pudriéndose sus raíces y erosionando el suelo.
El aumento de las precipitaciones y del caudal del Paraná, que con frecuencia se muestra como prueba del cambio climático, no concuerda con lo que los modelos predicen. Puede tratarse sólo de un ciclo húmedo. Si bien los modelos climáticos son poco confiables en la predicción del cambio en los patrones de precipitación, son bastante más certeros en lo que ocurrirá con las temperaturas, cuyo aumento podría redundar en escorrentías mucho menores. Con un aumento de temperatura como el que se predice, de entre 4 y 5 grados en el sur del Brasil, la evapotranspiración podría aumentar un 30%, y si tenemos en cuenta que ya la mayor parte de las precipitaciones que caen sobre la Cuenca del Plata se evaporan antes de escurrir y formar el caudal de sus ríos, es probable que vaya a quedar mucha menos agua disponible. Y curiosamente, en este caso también podría verse seriamente limitado el abastecimiento de agua y la posibilidad de utilizar el río para deshacernos de nuestros desperdicios.
Al haber menos agua y la misma cantidad de contaminantes, la concentración de éstos sería mayor. Si a esto le sumamos el efecto eutrofizante que tiene el aumento de temperatura, se puede esperar que en el futuro aumenten los florecimientos de algas en el río, muchas de las cuales producen toxinas muy peligrosas, que no se eliminan con los tratamientos convencionales de potabilización. Un buen día entonces podremos despertarnos millones de personas y enterarnos en ese momento de que ya no podemos utilizar el agua corriente que llega a nuestras casas ni siquiera para bañarnos.
Si se combinara el aumento del nivel del mar con un menor caudal del Río de la Plata, el frente salino se desplazaría río arriba. Sin embargo se cree que el mar no llegaría a la Ciudad de Buenos Aires. Aún así, dado que los acuíferos Puelche y Pampeano presentan una alta salinidad en la franja costera, el aumento del nivel del río podría salinizar acuíferos subterráneos más alejados del río, si se viera revertido el flujo de escurrimiento subterráneo desde el continente hacia éste. También se mantendría más alto el nivel freático, pudiendo quedar anegadas algunas zonas.
Se espera para este siglo que las inundaciones se hagan mucho más frecuentes en aquellas zonas ribereñas donde ya se producen. Existen varias causas concurrentes para que esto ocurra. Por un lado el aumento del nivel medio del mar y del río hará que subidas del río de una magnitud que antes no llegaban a producir inundaciones, las produzcan. Por otro lado, se espera que se hagan cada vez más frecuentes los eventos climáticos extremos, con lo cual también aumentará la frecuencia de tormentas que harán subir el nivel de río o que produzcan una gran escorrentía de agua desde el continente. Agrava estos pronósticos el hecho de que los modelos climáticos predicen una mayor frecuencia en los vientos del sector este sobre el Río de la Plata. Todos estos factores también podrán contribuir a la erosión de costas, aunque habrá que tener en cuenta al tomar decisiones sobre este problema que el agua no sólo podrá venir del río, sino también escurrir de arriba y surgir desde la tierra.
Hay mucha incertidumbre sobre lo que puede llegar a ocurrir en el Río de la Plata, dándose incluso, como vimos, pronósticos contradictorios. Sin embargo no parece haber tanta incertidumbre sobre lo que tenemos que hacer. Está claro que se encuentra amenazado el aprovisionamiento de agua, tanto superficial como subterráneo, así como la eliminación de contaminantes. Van a ser necesarios entonces esfuerzos mucho mayores, no ya para mejorar la calidad del agua, que ya se encuentra muy degradada, sino para mantenerla.
Entre las recomendaciones que hace el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático para reducir el riesgo de eutrofización potenciado por el cambio climático figura la preservación de la vegetación de ribera. La vegetación de la ribera absorbe nutrientes y metales pesados del agua que escurre hacia el río y sirve como un sistema natural de tratamiento para eliminar la contaminación orgánica que, de llegar al río, sometería a éste a una demanda de oxígeno excesiva, poniendo en peligro la vida acuática. Vale decir que el agua de lluvia al escurrir por la ciudad arrastra una gran cantidad de estos contaminantes. Pero será también imprescindible tratar los efluentes cloacales e industriales. Es probable que un tratamiento secundario, que consiste en la eliminación de materia orgánica en suspensión y disuelta, no sea suficiente en el futuro y sea necesario reducir aún más el nitrógeno y el fósforo, aplicando tratamientos más complejos aún que los que todavía estamos reclamando.
Para defender la costa, podemos optar por defensas duras, pero éstas implican la eliminación de la vegetación y no necesariamente mayor protección. Tendrían que estar muy bien diseñadas para no dificultar el escurrimiento del agua superficial y subterránea. Además, estas defensas, al disipar toda la energía del río en una superficie muy pequeña, resultan vulnerables y necesitan un continuo mantenimiento. Las defensas blandas en cambio, pueden recuperar por si mismas el equilibrio dinámico perdido por las perturbaciones climáticas y antrópicas